Taty Ferrer, nuestra presidenta, ha sido elegida como una de las 100 mujeres más influyentes del mundo del deporte.

Y no podíamos estar más orgullosas.

Pero este reconocimiento no solo habla de su nombre.
Habla de una manera de liderar con convicción, de hacer ruido sin alzar la voz, de abrir puertas sin pedir permiso y de acompañar sin buscar focos.

Taty es referente, sí. Pero también es reflejo.
Reflejo de todas esas mujeres que no salen en la foto, que no están en la lista, pero que también cambian el deporte —y el mundo— cada día.

Las que entrenan en campos prestados.
Las que gestionan desde la sombra.
Las que escriben, planifican, organizan y luchan sin hashtags ni titulares.
Las que están haciendo historia sin que (todavía) lo sepan.

Este reconocimiento es para ella, pero también para todas nosotras.
Porque cada vez que una mujer llega lejos, ilumina el camino de otras.
Y porque la verdadera influencia no está en un ranking,
sino en la capacidad de transformar lo que parecía inamovible.

Gracias, Taty, por recordarnos que la igualdad no es una meta:
es una manera de avanzar.